sábado, 15 de febrero de 2014

Capítulo 38

Este capítulo es un poco más largo de lo normal, pero no quería recortar en detalles ni cortar la conversación en capítulos diferentes. Espero que os guste :)

Una nueva historia
F
ui al baño, poniendo como excusa que no me encontraba bien y que bajaría en un momento. En cuanto me encontré sola, me agarré con fuerza al lavabo, hasta que mis nudillos adquirieron un tono blanquecino. Miré fijamente a mi reflejo en el espejo, con severidad, como si mi mirada se dirigiese a otra persona. Llevaba varios días lamentándome de mi falta de fuerza en el asunto y de mi cobardía. Ahora que había solucionado el primer problema, me dije que había llegado la hora de solucionar el segundo y comportarme con valentía. Me lavé la cara con agua fría, pues tiempo atrás había descubierto que me ayudaba a mantener la mente clara, y volví junto a mi hermano.
Isaac me dirigió una mirada que no pude interpretar por completo, porque había dibujado en su rostro su habitual cara de póquer que no me permitía ver más allá de lo que él quería que viese. Bajamos las escaleras que llevaban al sótano, ambos con paso seguro, cosa habitual en él y más novedosa en mí.
Reparé en que la mesa, habitualmente desprovista de objetos, estaba repleta de material variado (desde plantas que no conocía, hasta pergaminos de aspecto antiguo) y que en una de las esquinas de la sala había un pequeño cúmulo de armas. No tuve que preguntarme durante mucho tiempo de dónde habían salido, porque al ver a papá haciendo guardia ante aquella gran puerta que nunca había atravesado, deduje que habían salido de allí. El pensar en una sala llena de todas esas cosas me hizo recordar el día que conseguí abrir la tercera puerta de la casa de Samuel; el encontrarme con aquello me había producido pavor y ahora estaba descubriendo que vivía sobre un lugar de la misma condición. Me estremecí.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —preguntó mi padre.
—Sí —respondí, y me sorprendí al descubrir que lo decía de verdad.
A regañadientes, mi padre comenzó a descorrer los pasadores de la gran puerta. Sentí un cosquilleo en la boca del estómago por la emoción. Por primera vez, vería el interior de aquella extraña habitación. ¿Cuántas veces había fantaseado con lo que podría ocultar esa puerta? Sin embargo, sabía que había otra cosa que hacía que desease ver el interior de la habitación. Samuel.
Pero en cuanto la puerta se abrió me arrepentí de haber deseado ver el interior. En ese momento, quedó a la vista una estancia rectangular, no muy grande, aunque parecía más espaciosa al estar carente de mobiliario. Las paredes no estaban pintadas y la endeble bombilla que colgaba del techo apenas era capaz de iluminar la estancia en su totalidad. El suelo estaba cubierto de pétalos rosados y de las paredes colgaban saquitos de tela y pedazos de corteza. El fuerte olor a ciclamor estaba mezclado con olor a cerrado y pude distinguir un desagradable toque ácido que me hizo arrugar la nariz. No tardé en distinguir una mancha en el suelo, de lo que habría jurado que era vómito, y me atrevía a aventurar que había habido más.
Y en la esquina más alejada de la puerta, una persona estaba hecha un ovillo. Alrededor de sus muñecas se cernían unos grilletes que se unían a la pared mediante unas cadenas, aunque dudaba seriamente que hiciesen falta, porque Samuel no parecía estar en su mejor momento: Su piel estaba pálida, lo que resaltaba las oscuras medias lunas que se habían dibujado bajo sus ojos. Los mechones de pelo rubio que le caían sobre la frente se pegaban a ella por el sudor. A la luz de la bombilla, sus ojos mostraban un brillo enfermizo y pude apreciar que tenía varios moratones en la cara y el labio cortado. Su manera de estar, sus gestos, todo mostraba debilidad e impotencia.
La voz de mi padre sonó con fuerza y, en comparación al chico, su figura parecía todavía más poderosa de lo que realmente era:
—Te la hemos traído, oscuro —me sorprendió el uso del término porque, según tenía entendido, era una palabra que no solía utilizarse por ser insultante y casi vulgar  —. Ahora, habla.
Samuel se enfrentó a la fría mirada de mi padre con valentía. Pero no habló, sino que frunció los labios con fuerza, convirtiendo su boca en una fina línea.
—Habla —repitió mi padre.
—Dije que hablaría con Kat —respondió tras un silencio —. Solo con ella. Si quisiese que vosotros estuvieseis delante, os lo diría directamente.
Su voz sonaba entrecortada y hacía muecas cada poco tiempo, como si el simple hecho de pronunciar las palabras le doliese. Vi que mi padre iba a contestar, así que me apresuré a decir:
—Papá, dejadme a solas con él. Míralo, ¿qué puede hacerme en ese estado?
Mi padre no parecía muy convencido, pero podía ver tan bien como yo que Samuel no representaba un peligro ahora. Hizo un gesto a mi hermano y los dos subieron las escaleras. Permanecí en silencio hasta que escuché la puerta de la entrada del sótano cerrarse y, al hacerlo, avancé un par de pasos al interior de la prisión de Samuel y le dije:
—No confío en ti.
Él esbozó una amarga sonrisa.
—Créeme, ahora, yo tampoco confío en ti.
—De ser como tú dices, no me habrías llamado.
—De ser como tú dices, no habrías venido.
Nos sostuvimos las miradas largo rato hasta que yo la aparté, ligeramente azorada, incapaz de negar lo obvio.
—¿Por qué querías hablar conmigo? —dije, intentando imitar el tono autoritario de mi padre, aunque por dentro me sentía flaquear.
—Moriré lo cuente o no lo cuente y prefiero hacerlo sin peso en la conciencia. Y si alguien debe saberlo eres tú; luego serás libre de contar lo que quieras a quien quieras, pero eres tú, Kat, la que realmente está metida en esto. Así que, ¿qué es lo que quieres que te diga, exactamente?
“Que esto es solo un mal sueño. Que un día me despertaré y nada de esto ha pasado”, en cuanto eses pensamientos inundaron mi mente, me reprendí por dentro. Pero me costaba mantener la mente fría teniendo al chico del que me había enamorado tan cerca de mí, dispuesto a hablar conmigo. Rezaba a Dios, a Dheam y a cualquiera que quisiese escucharme para que esta vez me contase la verdad.
—Todo —respondí sencillamente, al no fiarme de mi voz ni mis emociones.
—Me resultará más sencillo contártelo si apartas esas condenadas bolsas llenas de árbol de Judas de mí —dijo, haciendo un gesto con la cabeza a tres bolsas situadas a su alrededor.
—¿Árbol de Judas?
—Es otra forma de llamar al ciclamor. Irónico, ¿verdad? Es como si llevase la traición con él. También es irónico que se utilice su corteza para tratar dolores de cabeza y haga que la mía estalle.
No respondí, sino que me limité a separar un poco las bolsas, intentando mantenerme lo más alejada posible de él. Con paso lento avancé hasta la pared situada en frente a él y, como la habitación era más larga que ancha, quedamos relativamente cerca. Cuando mi espalda tocó la pared, me dejé resbalar hasta quedar sentada en el suelo, con las piernas pegadas al pecho.
Samuel clavó un segundo su profunda mirada en mí y luego cerró los ojos y suspiró, como si le costase ordenar mis ideas. Cuando los abrió, casi me pareció que no me miraba a mí, sino que observaba algo que solo él podía ver, como si sus recuerdos estuviesen atravesando  aquella pequeña habitación, uno por uno.
—Mi nombre es Samuel Collins y tengo diecisiete años.
Abrí los ojos como platos. Lo había dicho como si hablase consigo mismo en lugar de conmigo, pero aún teniendo la mirada perdida, se mordió el labio, como si temiese mi reacción. Me había mentido hasta en su nombre. Samuel Holt no existía. Tenía diecisiete años… con razón me había parecido más mayor que yo. Traté de disimular las emociones y tener voz neutra al decir:
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Desde los nueve años he vivido en una comunidad de ángeles negros, viviendo como ellos lo hacen. Pero a eso no es a lo que iba… Supongo que todo empezó el día que me llamaron a hablar con Michael, uno de los cabecillas del grupo de ángeles negros a los que pertenecía. No era la primera vez que me encargaba algo, así que no me sorprendí demasiado. Pero ¿quién me iba a decir a mí que lo que me tenía que encargar estaba relacionado con la chica arcángel? Hasta que él me lo contó, yo creía que solo eran habladurías. Insistió mucho en que era de suma importancia que llegara a ti que te mantuviese viva, pero me dijo lo justo: ni por qué debía hacerlo, ni cómo te había encontrado, ni qué querían hacer contigo después de que te entregase. Pero si hay algo que valoramos en un ángel negro, es la discreción. Y yo no iba a cuestionar una sola palabra de Michael, porque él estaba muy por encima de mí. Era de los más jóvenes de mi grupo, pero tenía un… digamos, trato especial con ciertas personas de los altos cargos y confiaban en mí. Joven y de confianza, me dijo Michael, el candidato perfecto. Me marcó unas pautas que debía seguir: actuar con discreción, sin avanzar un paso en falso, sin implicarle a él o a mi grupo y manteniéndote viva, cosa que recalcó mucho. A partir de esas indicaciones ideamos el plan para llegar a ti. Me dijo que de los asuntos legales se ocuparía un humano de la zona que les debía un par de favores y que fingiría ser mi tío. Y vine a Codeeral. El resto… ya lo sabes.
Me quedé un poco confusa con la explicación, sin saber qué decir o cómo reaccionar. Su vista había vuelto a clavarse en mí y yo me enfrenté a su mirada, con ojos escépticos. Realmente, ya no confiaba en él, pero lo que había dicho hasta el momento parecía bastante cierto y no tenía forma de probar si mentía o no. Pero todavía había muchas preguntas rugiendo en mi mente y quería tener la respuesta de todas ellas.
—No… Samuel —se me hacía extraño volver a utilizar su nombre — no sé el resto. Desde que llegaste a la ciudad, hay muchas cosas que no entiendo. ¿Cómo es posible que tus alas fuesen blancas? ¿Quiénes eran los otros ángeles negros? ¿Qué es lo que quieren de mí? ¿Fuiste tú quien acabó con ellos?
Fruncí el ceño cuando Samuel me miró. Quería parecer segura de mi misma, aunque ya no tuviese nada seguro. Sin embargo, el parecía estar a gusto, porque sonrió débilmente.
—Está bien, iré por partes. No podía acercarme a ti si descubrías lo que era, y una bruja consiguió hacer que mis alas fuesen blancas y que mi energía oscura apenas fuese perceptible. No sé si fue culpa mía o suya que el hechizo fallase…
—¿Una bruja? —le interrumpí. Él puso cara de no comprender.
—Sí… ¿No sabías que había brujas?
—Claro que lo sé… ¿Pero aquí? ¿En la tierra?
—Puede sonar extraño al principio, sí. Pero supongo que sabrás que en la Tierra también hay magia, aunque sea mucha menos que en Loryem, por lo que tengo entendido. Por eso solo los hechiceros más poderosos son capaces de utilizar la energía de la Tierra. Si fuese fácil, no sería el único que utilizaría este truco, ¿no crees? Pero Michael es un hombre importante en nuestro “mundo”.
»En cuanto a los otros ángeles, Kat, no sé quiénes eran, aunque no es difícil suponer que quieren de ti lo mismo que yo venía a buscar.
—¿El qué? —interrumpí de nuevo.
—Ya te dije antes que no lo sé. Michael no me lo contó. Pero créeme, Kat, no te buscan solo por ser la chica arcángel, Michael sospechaba que tú tenías algo y no tenía pensado cejar en su empeño por encontrarlo. Supongo que los otros ángeles también descubrieron qué era y venían a buscarlo —dijo, encogiéndose de hombros.
Me mordí la lengua para no recriminarle su tranquilidad. ¿Por qué no iba a estar tranquilo? ¿Qué le importaba yo? Debió de ver mi cara de preocupación, porque me miró fijamente a los ojos y murmuró:
—Eh, pero no tienes nada que temer; ya no.
—¿Tú los mataste? ¿A todos? —mi voz sonó entrecortada, pero no intenté disimularlo. Tenía miedo y, aunque a mi orgullo no le gustaba admitirlo, incluso él tenía un límite— ¿Cómo?
—El que te provocaba el dolor… lo atrapé cuando volvíamos a tu casa desde la mía, la primera vez que viniste. La noche siguiente, si no me equivoco, fue el día que fuimos a la feria. Después de obligarte a marchar, me enfrenté a ellos. Mientras peleaba con los buenos luchadores, los más cobardes escaparon, pero ellos no suponen ninguna amenaza. Los que se quedaron no me pusieron fácil la cosa, pero tengo una buena preparación. Al final conseguí ganarles, pero uno huyó. Fue ese el que te atacó cuando ibas sola.
—Al que también mataste, he de suponer —mascullé. Él siguió hablando como si no me hubiese oído:
—Intenté que me contase lo que sabía, pero no tardé en descubrir que sabía tan poco como yo. Y sí, Kat, lo maté. Tenía que escoger entre su vida o la tuya. Y, para terminar, también maté al líder de todos ellos. El que lo había dirigido absolutamente todo y el que sabía la razón por la que debían llegar a ti.
Levanté la vista, que había clavado en el suelo, para mirarlo interrogante.
—Prefirió la muerte a contármelo —sentenció.
Noté como la sangre huía de mi rostro. ¿Qué secreto podría ser tan grande como para querer llevárselo a la tumba? Tragué saliva con fuerza, mientras mi mente luchaba por imaginar algo de semejantes proporciones. Entonces, un recuerdo me vino a la mente.
—Te falta uno. El ángel con el que estabas cuando vi por primera vez… tus alas como son realmente.
Samuel echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, tomándose su tiempo antes de responder. Cuando habló, sus labios se habían torcido en una sonrisa amarga, que expresaba más pena que alegría.
—También lo maté.
—¿Quién era?
—El único ángel de mi grupo que sabía dónde me encontraba. Como ya te dije, valoramos mucho la discreción. Había acordado que nos reuniríamos un mes después de mi llegada, para que estuviese informado de lo que sucedía. Tenía pensado decirle que no te había encontrado allí, que estabas muerta o qué se yo. Y entonces apareciste allí. Te dejé inconsciente y cuando él llegó le dije que te había matado. Estaba cegado por el odio que se lanzó sobre mí y ni siquiera reparó en lo obvia que era tu respiración. Tal vez hubiese tenido que matarle aunque tú huyeses, pero aquella pelea casi me obligó a hacerlo. Luego, por si te interesa saberlo, tuve que saquear una tienda para coger un pijama nuevo igual al tuyo, que estaba roto y sucio. Tuve suerte de que el tuyo no estuviese muy usado. Te lo cambié y te llevé a tu casa.
No tuve tiempo de sonrojarme al pensar en que él había tenido que cambiarme la ropa, o en asociar su saqueo con la noticia que había leído a la mañana siguiente en la casa de Cassie, porque había otras preguntas de mayor peso rondándome la cabeza:
—Pero, ¿no se inquietó Michael al ver que el que había mandado a hablar contigo no volvía? ¿Y por qué querías ocultarme de él? ¿Pretendías obtener lo que sea que tengo para ti solo? —inquirí, hablando tan rápido que las palabras se atropellaban.
Él soltó un largo suspiro y sonrió de la misma manera que lo había hecho antes, como quien sonríe a un niño que entiende por fin algo que hubieses preferido no contar.
—El ángel era Michael, Kat. Y no quiero obtener nada de ti, ya te he dicho que no sé qué es lo que tienes.
Parpadeé, sorprendida por la revelación de la identidad, pero me obligué a seguir insistiendo:
—En ese caso, ¿por qué?
Vi como fruncía los labios antes de responder, con palabras lentas y respiración temblorosa:
—Porque estoy enamorado de ti.
Si el vaso ya estaba a punto de desbordarse, esa fue la gota que lo colmó. Me levanté de un saltó y avancé un par de pasos en su dirección, luchando por contener la rabia que manaba de mi interior.
—¡Para! ¿No has jugado ya suficiente conmigo? ¡Esto se acabó, Samuel! ¡Deja de intentar manipularme! No… No quiero seguir escuchándote. Esto ha sido una pérdida de tiempo.
Hablaba casi sin pensar, sin ser realmente consciente de lo que decía. Me escocían los ojos de forma especialmente molesta, pero el orgullo había recuperado fuerza y luchaba por imponerse al sentido común. Me giré y, cuando estaba a punto de atravesar la puerta, escuché un hilo de voz a mi espalda.
—No estoy mintiendo.
Sus ojos verdes estaban inundados de dolor, como si cada una de mis palabras se le hubiese clavado en el alma. “No le creas. Miente, miente, miente…” repetía mi cabeza.
—¿Y cómo puedes demostrarlo? ¿Cómo puedes probar que hay una sola palabra verdadera en todo lo que has dicho?
Su semblante estaba más serio de lo recordaba haberlo visto nunca cuando dijo, con voz profunda:
—Esa es la gracia de asunto, Kat. Que no puedo hacerlo. Tendrás que confiar en mí.

3 comentarios:

  1. Ouhhhhhhh :3 Por favor, Kat debe creerlo, yo creo que ahora sí dice la verdad. Pero seguro que el padre y el hermano de Kat se lo van a cargar...

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  2. uff... situación complicada para Kat.. yo no sé si le creería, no sabría que pensar.. Supongo que estará muy confundida.
    Esperemos que de verdad haya matado a ese tal Michael.. Pero me he quedado con las ganas de saber porque es tan especial ella...

    Sigue así Laura..

    un besooo

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  3. Buaaaaaa chaval!!!!! Enserio... Buffff. E que... Diooooos,matasme con semejantes capitulos eh jurocho jajajajaja. Pero teñen q volver Kat e Sam jope e fan boa parexa e tal. Quero que volvan!! Jajaja

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